Publicado el (Sábado 04.10.2008) Memorias de Concreto
Semanario El 82 (p7)
Del Poder Popular para la Vivienda y Hábitat
Semanario El 82 (p7)
Del Poder Popular para la Vivienda y Hábitat
Gipsy Gastello Salazar
Al asumir este lugar y estas funciones desde las que escribo hoy, algunos compañeros que tienen más experiencia que yo en el área de la vivienda coincidieron en una advertencia: las manifestaciones a las puertas del Ministerio. Son muchas las historias, las anécdotas y hasta las leyendas urbanas al respecto. Secuestros, mujeres embarazadas clavándose en los árboles, vigilias de varios días y noches. Todo un tema que merece una profunda reflexión, autocrítica y entendimiento.
No todos carecemos de lo mismo ni tenemos que pelear contra las mismas necesidades. Pero sí hay algo que tenemos en común y son esos 40 años de historia cuartorrepublicana y puntofijista que nos enclaustró, a nuestros antecesores y a nosotros mismos, en una profunda miseria social, económica y política que todavía tratamos de superar. Y lo hacemos con mucho esfuerzo.
Cuando la Revolución Bolivariana llegó al poder, después de tantas represiones y desaciertos de la derecha, pudimos comenzar a hablar abiertamente de socialismo, de la izquierda, de la verdadera democracia participativa en la que todos somos iguales y merecemos lo mismo, sin importar condición social, género, raza, nivel académico, edad o proveniencia. Los millones de venezolanos que convivimos en esta tierra de libertad tenemos derecho al mismo compendio de beneficios, un acceso igualitario a la vivienda, la salud, la educación, los alimentos y demás servicios básicos necesarios para tener una vida plena, digna.
Sin embargo, se establecen prioridades que como colectivo debemos comprender. De lo contrario, el avance y el desarrollo no serían posibles. Una familia en condiciones precarias tiene la prioridad en ese acceso sobre otra familia que si no lo tiene todo, al menos cuenta con gran parte de lo que necesitamos para vivir cómodamente. No es un desconocimiento a la clase media, mucho menos se trata de obstaculizar su crecimiento y mejoría. Es sentido de lo social, es calidad humana.
¿No entienden acaso que alcanzar la mayor calidad de vida para 25 millones de habitantes, o más, es la misión única y última de la nación, y que dicho objetivo requiere, inevitablemente, de la capacidad para planificar las metas y organizarnos como pueblo? ¿Cómo pretenden alcanzarlo sin establecer prioridades u orden en las acciones? ¿Acaso esperan que el más pobre se muera de hambre mientras que el más adinerado sigue engordando en su penthouse? ¿A quién se le ocurre algo como eso? ¿Qué tipo de persona, de padre o madre, de ejemplo a seguir, puede ser alguien a quien no le importa el prójimo? Y no estoy hablando de ideología política, que la tengo y la defiendo con los dientes y las uñas, hablo de lógica humana, de sensibilidad social, de ciudadanía. Es que si hasta quisiera hablar en términos religiosos llegaría a la misma conclusión.
Vuelvo al principio: el tema de las manifestaciones y los secuestros a las puertas del Ministerio. Trato de entender a quien lo hace por una necesidad real. A ese que tiene años luchando por un techo y aún no lo tiene. Vivir una necesidad como esa desesperaría a cualquiera.
Sin embargo, situaciones como las ocurridas a las puertas de este Ministerio durante las últimas semanas no responden únicamente a la “impaciencia revolucionaria” del necesitado, del “sin techo”. Detrás de estas personas que rodean nuestro edificio, que lanzan ofensas, que impiden la salida de nuestros trabajadores, que trancan las calles de Las Mercedes, que obstaculizan el tráfico (de gente inocente que tiene que pasar por allí para llegar a algún lado). Que le sirven en bandeja de plata a los opositores nuestro afán de hacer de Venezuela un lugar mejor cuando le declaran enardecidos a los medios de oposición; existen mafias organizadas que hacen negocio con la desesperación de otros, esos otros que sí tienen una razón auténtica pero que caen en el juego de los agitadores de oficio, de los que se ganan la vida engañándolos y prometiéndoles falsedades.
Esas mafias, hay que decirlo, cobran cifras abultadas a las comunidades asegurando que los van a incluir en listas y sistemas de adjudicación fantasmas, que dicen tener contactos con autoridades que se dejan comprar, que juran tener un atajo “mágico” para solventarles su situación en tiempo récord.
Y mientras haya inocente que caiga en las mentiras del mafiosos, el problema de la vivienda, el déficit que existe actualmente, no se podrá solucionar. Así de simple.
Los supuestos líderes y organizadores de las oleadas de invasiones que han ocurrido últimamente saben bien que invadir un terreno o unas viviendas que no les pertenecen es un golpe bajo para nuestro proceso. Ellos saben muy bien que invadir lo que estaba destinado a otro es condenar a un grupo de familias a una peregrinación no merecida. Lo saben y, sin embargo, negocian con eso.
Debemos, todos juntos, arrancar de raíz esa idea de que a través de las trancas, los gritos, las pancartas y las hileras de autobuses pagados (porque cuestan miles de bolívares fuertes), los mafiosos conseguirán concretar su trampa.
Aquí no aceptamos presiones de ese tipo. Aquí no negociamos con las necesidades del pueblo. Aquí no le abrimos las puertas a las mafias.
El pueblo, con su eterna sabiduría, debe entender esto. Debe trabajar de la mano con el Gobierno Bolivariano y Revolucionario de nuestro Presidente Hugo Chávez. No hay otra salida. No existe otro camino para alcanzar la mayor suma de felicidad posible.
No todos carecemos de lo mismo ni tenemos que pelear contra las mismas necesidades. Pero sí hay algo que tenemos en común y son esos 40 años de historia cuartorrepublicana y puntofijista que nos enclaustró, a nuestros antecesores y a nosotros mismos, en una profunda miseria social, económica y política que todavía tratamos de superar. Y lo hacemos con mucho esfuerzo.
Cuando la Revolución Bolivariana llegó al poder, después de tantas represiones y desaciertos de la derecha, pudimos comenzar a hablar abiertamente de socialismo, de la izquierda, de la verdadera democracia participativa en la que todos somos iguales y merecemos lo mismo, sin importar condición social, género, raza, nivel académico, edad o proveniencia. Los millones de venezolanos que convivimos en esta tierra de libertad tenemos derecho al mismo compendio de beneficios, un acceso igualitario a la vivienda, la salud, la educación, los alimentos y demás servicios básicos necesarios para tener una vida plena, digna.
Sin embargo, se establecen prioridades que como colectivo debemos comprender. De lo contrario, el avance y el desarrollo no serían posibles. Una familia en condiciones precarias tiene la prioridad en ese acceso sobre otra familia que si no lo tiene todo, al menos cuenta con gran parte de lo que necesitamos para vivir cómodamente. No es un desconocimiento a la clase media, mucho menos se trata de obstaculizar su crecimiento y mejoría. Es sentido de lo social, es calidad humana.
¿No entienden acaso que alcanzar la mayor calidad de vida para 25 millones de habitantes, o más, es la misión única y última de la nación, y que dicho objetivo requiere, inevitablemente, de la capacidad para planificar las metas y organizarnos como pueblo? ¿Cómo pretenden alcanzarlo sin establecer prioridades u orden en las acciones? ¿Acaso esperan que el más pobre se muera de hambre mientras que el más adinerado sigue engordando en su penthouse? ¿A quién se le ocurre algo como eso? ¿Qué tipo de persona, de padre o madre, de ejemplo a seguir, puede ser alguien a quien no le importa el prójimo? Y no estoy hablando de ideología política, que la tengo y la defiendo con los dientes y las uñas, hablo de lógica humana, de sensibilidad social, de ciudadanía. Es que si hasta quisiera hablar en términos religiosos llegaría a la misma conclusión.
Vuelvo al principio: el tema de las manifestaciones y los secuestros a las puertas del Ministerio. Trato de entender a quien lo hace por una necesidad real. A ese que tiene años luchando por un techo y aún no lo tiene. Vivir una necesidad como esa desesperaría a cualquiera.
Sin embargo, situaciones como las ocurridas a las puertas de este Ministerio durante las últimas semanas no responden únicamente a la “impaciencia revolucionaria” del necesitado, del “sin techo”. Detrás de estas personas que rodean nuestro edificio, que lanzan ofensas, que impiden la salida de nuestros trabajadores, que trancan las calles de Las Mercedes, que obstaculizan el tráfico (de gente inocente que tiene que pasar por allí para llegar a algún lado). Que le sirven en bandeja de plata a los opositores nuestro afán de hacer de Venezuela un lugar mejor cuando le declaran enardecidos a los medios de oposición; existen mafias organizadas que hacen negocio con la desesperación de otros, esos otros que sí tienen una razón auténtica pero que caen en el juego de los agitadores de oficio, de los que se ganan la vida engañándolos y prometiéndoles falsedades.
Esas mafias, hay que decirlo, cobran cifras abultadas a las comunidades asegurando que los van a incluir en listas y sistemas de adjudicación fantasmas, que dicen tener contactos con autoridades que se dejan comprar, que juran tener un atajo “mágico” para solventarles su situación en tiempo récord.
Y mientras haya inocente que caiga en las mentiras del mafiosos, el problema de la vivienda, el déficit que existe actualmente, no se podrá solucionar. Así de simple.
Los supuestos líderes y organizadores de las oleadas de invasiones que han ocurrido últimamente saben bien que invadir un terreno o unas viviendas que no les pertenecen es un golpe bajo para nuestro proceso. Ellos saben muy bien que invadir lo que estaba destinado a otro es condenar a un grupo de familias a una peregrinación no merecida. Lo saben y, sin embargo, negocian con eso.
Debemos, todos juntos, arrancar de raíz esa idea de que a través de las trancas, los gritos, las pancartas y las hileras de autobuses pagados (porque cuestan miles de bolívares fuertes), los mafiosos conseguirán concretar su trampa.
Aquí no aceptamos presiones de ese tipo. Aquí no negociamos con las necesidades del pueblo. Aquí no le abrimos las puertas a las mafias.
El pueblo, con su eterna sabiduría, debe entender esto. Debe trabajar de la mano con el Gobierno Bolivariano y Revolucionario de nuestro Presidente Hugo Chávez. No hay otra salida. No existe otro camino para alcanzar la mayor suma de felicidad posible.